¿De cuál “opinión calificada” habla el embajador Pastrana? Una cosa es el interés que existe en Washington por acabar la “exportación” de narcóticos desde Colombia. Otra, es cerrarle el paso al terrorismo global. Y otra más, es defender de manera unánime los intereses económicos nacionales de EE.UU., además, muy importantes en un momento de grandes gastos gobernamentales y en un país con la deuda externa más grande de su historia. Y lo que es peor, en el contexto altamente competitivo de una reñidísima economía global. La inflexibilidad de los negociadores estadounidenseses es prueba fehaciente de este punto.
Lo que el embajador Pastrana, de manera selectiva, llama opinión favorable en Washington por el TLC con Colombia, es sólo la habitualidad de un mundo diplomático cuya función no es crear ni formular estrategias, sino recibir la traducción en políticas donde aplicar su especialidad, que es su implementación persuasiva, basándose en el conocimiento del país con el que están pactando y el conocimiento de su mecánica decisoria interna. La inteligencia de parte de Colombia sobre EE.UU. es cero si la comparamos con el enorme porcentaje de inteligencia que tiene Israel frente a EE.UU. y que le ha permitido una diplomacia mucho más exitosa. En otras palabras, nuestro embajador hace una diplomacia de contacto y coyuntura, y no una diplomacia de estrategia. La opinión es sólo la superficie de la diplomacia. Y lograr ese nivel (pobre) ha sido, desgraciadamente, la mejor tarea realizada por el embajador Pastrana.
Qué hay detrás, o qué oculta esa opinión, debería ser el terreno donde se mueve el gobierno colombiano. Precisamente ése es el terreno donde se mueve la diplomacia estadounidense orientado por la información que le proporcionan el Pentágono y el FBI, entre otros. Colombia juega a ponerle la colita al burro con el cerebro vendado al tiempo que EE.UU. sólo se venda los ojos cuando le conviene.
Se le puede asegurar al embajador Pastrana que lo único que la estrategia de Washington tiene en la mira del TLC con Colombia son sus intereses, que son ajenos al beneficio de Colombia.
La zanahoria que le ha puesto Washington a Colombia, la apertura del mercado más grande del mundo a 10.000 productos colombianos - un número ficticio y sin significado- ,tiene a los economistas uniandinos y al gobierno uribista corriendo como liebres. Lo que nunca tuvieron en cuenta fue la posición de los productos competidores en el mercado, tampoco si el objetivo estadounidense de concentrar y aumentar los países proveedores afectaría el precio de la oferta de materias primas y ante estass eventualidades cuál sería la respuesta económica colombiana que proteja el precio y establezca cuál es la ventaja colombiana que sus competidores adolecen.
Los únicos mercados que Colombia tiene garantizados son los de la comunidad colombiana que vive en los EE.UU. y la de los países latinos que ya conocen sus productos como las comunidades: venezolana, ecuatoriana y alguna caribeña. Y de paso, esa es la razón por la que conviene incrementar acuerdos económicos regionales. Pero, cuando los EE.UU. venden sus excedentes y reciclados a Colombia, no esperan que éstos sean comprados por los estadounidenses que viven en Colombia. Es Colombia la que ha abierto su gran mercado a los EE.UU., en el que los productos colombianos son cóndores patiamarrados que compiten con águilas voraces. Es obvio quién se lleva las presas y quién se come las sobras.
La ilusión del aumento parcial de las confecciones colombianas en EE.UU., forma parte de los mecanismos de presión que EE.UU. está ejerciendo para ganar en las negociaciones sobre las líneas de confección de la China , que son más competitivas en precio y calidad. Los chinos son expertos en darle vueltas a las negociaciones sin moverse un milímetro hasta que las tienen como las quieren tener. Ojalá las confecciones colombianas logren siquiera poner un pie en ese mercado; mantenerlo es otra cosa.
Uribe vino a Washington a ampliar las concesiones colombianas como único recurso para lograr la firma del TLC antes de las elecciones legislativas. Una concesión imperdonable de parte de Colombia fue regalarle su amplia y calificada mano de obra a los EE.UU. para que EE.UU. aceptara el TLC que quería. Convirtió a Colombia en el paraíso de las maquilas. La India nunca regaló su mano de obra sino que estableció el margen de ahorro de los EE.UU. de acuerdo a deseables estándares hindúes de remuneración profesional - y en Colombia hay millares de profesionales sin trabajo - y con la condición de que EE.UU. contratara el apoyo de servicios profesionales hindúes a cambio de mayor tecnología industrial, incluyendo la estratégica energía nuclear. Los hindúes supieron negociar y hoy es EE.UU. el que tiene que cambiar sus leyes para acomodar su TLC a los requerimientos de la India.
Mientras los colombianos viven contentos beneficiando a unos pocos, cosa que una nación nunca hace, los hindúes no se contentan sino con lo que beneficia a todos los habitantes de su nación y con lo que les permita ubicarse como potencia global.
Para que el TLC pase en el Congreso de los EE.UU. se requiere probar que es ventajoso y conveniente para los EE.UU., no si lo es para Colombia. Molesta que Uribe haya cometido un grave error al acelerar la firma del TLC después de unas negociaciones conducidas sobre bases débiles; y que el embajador Pastrana haya iniciado los pasos del TLC atándose a las premisas erróneas del narcotráfico y el terrorismo. Porque la imposibilidad de resolver esos dos problemas hunde con ellos cualquier beneficio del TLC. que es algo que los economistas uniandinos nunca pensaron. El daño que sufrió Méjico con el TLC fue su atadura a los problemas de inmigración que ya se tradujo en la construcción del muro fronterizo, que simbólicamente separa al mundo anglogálico del hispano.
Chile enfocó su TLC dentro del marco de la economía global no atado a ninguna situación interna, por lo que Chile goza hoy de varios TLCs de las mismas buenas condiciones con varios países del mundo.
Me opongo al TLC de Colombia porque está mal negociado y porque su justificación en el narcotráfico y el terrorismo le pone la soga al cuello. Tanto peor si se tiene en cuenta que el gobierno uribista, el más débil en cuanto a sensibilidad social, no tiene una política de distribución equitativa del ingreso. En consecuencia, la ya aguda polarización que hace a los ricos más ricos y a los pobres todavía más pobres, será abismal.
El gobierno uribista no tiene salida y mientras más defienda el TLC , más claro será el contraste con los hechos que guiarán al pueblo colombiano a un firme viraje hacia la izquierda para lograr la paz que ha de frenar el nuevo reclutamiento rural y urbano de las FARC. El embajador Pastrana debería saber mejor que nadie, que la guerra psicológica que apunta a la criminalidad de las FARC es un falso velo que no logra cubrir ni soslayar la determinación de esta organización y las condiciones logísticas y socioeconómicas que garantizan su perennidad. Es un verdadero descalabro y un error garrafal que se le argumente el TLC a los EE.UU. dentro del marco del problema del narcotráfico y el terrorismo, cuando a nivel nacional ni los economistas uniandinos ni los gremios agropecuarios jamás analizaron sus intereses dentro de ese mismo marco.
La economía de derecha en Colombia está mandada a recoger. Sólo ha agregado 68 años de incompetencia a un círculo vicioso del que ellos mismos, los militantes de la derecha, no pueden salir. Que el empleo de maquilas crezca en Colombia y que los inversionistas estadounidenses tengan que ocuparse de protegerlas con sus inversiones, no son buenas noticias para Colombia. Sí son muy buenas no ticias para las FARC. Lo irónico es que si las cosas salieran como las pintan el embajador Pastrana y el presidente Uribe, se podría concluir que corrieron a firmar un TLC que resultará en un Caguán económico para la política de las FARC.
¿Será factible que a EE.UU. no le importen las patentes ni las barreras fitosanitarias y que a los productores estadounidenses y a los países competidores con productos posicionados, no les importe la “invasión “ de productos colombianos, con excepción de las materias primas baratas? ¿O será probable que las FARC reciban de primera mano todo lo que necesitan para su campaña anti- imperialista y que el pueblo colombiano ahonde su resentimiento contra los que les quitan a pedazos su independencia, su futuro y a su amada Colombia? ¿Habrá pensado en eso el Sr. Uribe, sumido como está en su desesperación politiquera por tener un programa económico aunque fuera hecho por y para los EE.UU.?
El presidente Uribe buscó firmar el TLC contra viento y marea. Hasta vino personalmente a Washington a ofrecerle a EE.UU. concesiones extras. El embajador Pastrana se siente orgulloso de haber atado el TLC a los orígenes del Plan Colombia contra el narcotráfico, que se reproduciría más adelante en el Plan Patriota contra el terrorismo.
Si el TLC se hubiera negociado con beneficios reales para Colombia y no con ilusiones extravagantes como que “Colombia será dueña del mercado más grande del mundo” no estaríamos en las fauces de un Caguán económico innecesario.
José María Rodríguez González
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