Colombia tiene que familiarizarse con el hecho de que nada que suceda internamente en el país es ajeno de la mirada de otros. Primero, porque vivimos una sociedad global de mensajes de divulgación mundial instantánea y segundo, porque nada de lo que pase en el país está exento de afectar a otros.

     En Venezuela, un proyecto regional como el bolivarismo, que propulsa el liderazgo venezolano, se vuelve también un proyecto nacional y donde la democracia no es la prioridad del estado como lo es el socialismo del siglo XXI. Este fenómeno nos lleva al punto de las relaciones militares internacionales, en las que Colombia aumenta su compromiso con los Estados Unidos, una nación que trae malos recuerdos a la mayoría de países latinos, por aquello de los golpes de Estado y el asesinato de líderes independentistas de las políticas estadounidenses. La relación militar de Venezuela con Rusia y China se torna en una reacción de balance para contrarrestar potencias con potencias.

     La presencia de Estados Unidos y Rusia es muy diferente. Mientras Rusia no pasa de vender armamento, lo mismo que hace China, Israel, Suecia o Francia, y de posiblemente tener alguna que otra base de apoyo en territorio latinoamericano, los Estados Unidos por su parte poseen más de una docena de bases tan bien establecidas que los países que las hospedan no tienen ninguna ingerencia en ellas como es el ejemplo de Guantánamo en Cuba. Cabe anotar que toda esta enorme fuerza militar independiente de Estados Unidos cuenta con el apoyo irrestricto de Colombia y está supeditada al Comando Sur estadounidense y su IV Flota que domina las aguas internacionales de Latinoamérica con submarinos atómicos, portaviones y acorazados capaces de operaciones rápidas y precisas en cualquier parte de Latinoamérica.

     De hecho la presencia rusa, de haberla, no tiene ninguna importancia comparada con los intereses globales, la autonomía y la superioridad militar planetaria de los Estados Unidos. A pesar de que las preocupaciones de los países latinoamericanos por el apoyo que Colombia le da a la fuerza militar estadounidense, con el más noble propósito que sea, son serias y justificadas la peor consecuencia es para Colombia misma, que quedó impedida de disentir de las políticas y acciones estadounidenses debido a sus compromisos contractuales, a los que solo les falta sumar la extensión económica de ese compromiso con el TLC. En otras palabras, Colombia no puede evitar un papel de agente o socio pasivo de un gigante que sabe lo que hace y no escatima ningún esfuerzo para lograrlo.

     Es inconcebible que los Estados Unidos sometan sus intereses en la región a los soldados colombianos. La lucha contra el narcotráfico está perdida en Colombia y Afganistán, simplemente porque la estructura de corrupción está tan sólidamente arraigada en estos países y sus gentes son lo suficiente violentas como para que siquiera pueda tocarse. La lucha contra el terrorismo también está perdida, porque al igual que en Irak la sola presencia de Estados Unidos es una inigualable motivación de reclutamiento y una alta inspiración para humillar a un enemigo poderoso que no es necesario ir a buscar muy lejos, sino que se acomoda en tierras muy bien conocidas por los guerrilleros.

     Es obvio que si se estuviera pensando en los intereses colombianos la presencia de fuerzas estadounidenses por cualquier noble causa y en cualquier capacidad que fuera sería algo completamente inaceptable. No es razonable que a un grupo cuya lucha contra el imperialismo gringo suena superflua se le regale la presencia del enemigo para hacerla real. Y que como añadidura, a ese mismo grupo que ha perdido su liderazgo político, se le regale ahora uno con suficiente apoyo en América Latina. Al final de cuentas, aunque digan que no, las FARC fueron las ganadoras.

     La mirada de América Latina a una decisión soberana de Uribe y su gobierno no terminó en la cumbre de UNASUR en la bella Bariloche, Argentina, el 28 de Agosto, 2009, otros países como México terminaron con sus propios posiciones o en consonancia con la Comunidad de América Latina y el Caribe. Mientras haya presencia militar estadounidense en Colombia la mirada desconfiada de Latinoamérica no se quitará de Colombia.

      La guerra beneficia a los políticos que usan la seguridad y el nacionalismo como formas fáciles de hacer política y a la institución de las FF. AA. Beneficia el mercado internacional de armas, que incluye a países como Estados Unidos, Israel y Brasil. Beneficia todos los mercados colaterales de salud, financieros, funerarias y crimen organizado. Los países tecnológicos se benefician de la invención exigida por la guerra, pero en nada beneficia a ningún país en desarrollo.

      La guerra es una maquinaria de destrucción aplicada a un enemigo, pero de la que no se escapan solo los enemigos.

      A diferencia de la inversión en otras áreas, la inversión en armas es irrecuperable e improductiva económicamente.

      Los costos en descapacitación, enfermedades mentales, descomposición de familias, irregularidad del comercio con especulación y agiotismo y desplazamientos, entre otros, son demasiados altos, aunque no se mencionen cuando se habla de una victoria.

      Es inaceptable que los países desarrollados o en desarrollo permitan guerras en sus territorios; eso destruye su desarrollo. Es inconcebible que un país, desarrollado o en desarrollo se bombardee a sí mismo. Todas las guerras de Estados Unidos son fuera de Estados Unidos. Eso sería como si a uno lo invadieran las pulgas y en un ataque de desesperación las matara a bala. Es peor el caso de Colombia, donde si Uribe las tuviera usaría bombas atómicas contra las FARC.

     El presidente Uribe dirige un país en desarrollo, pero, o bien porque no lo acepta o por sus propias ínfulas él insiste en imaginárselo desarrollado. Hay diferencias que no se pueden negar: Un país desarrollado tiene al ejército para proteger y abrir mercados fuera de su territorio, un país en desarrollo o subdesarrollado lo tiene para suplir a la policía. Un país desarrollado invierte en la guerra, un país sub-desarrollado gasta en la guerra. Un país desarrollado fomenta la investigación militar que produzca tecnología patentable para protección y manejo estratégico, Colombia le cede el uso de bases militares propias a un país desarrollado para que le preste inteligencia y la guíe en la guerra, que es precisamente el control que el país desarrollado busca, consigue y quiere mantener.

     Colombia gasta US$ 7.772 millones para la compra de aviones a Brasil, equipo policial a España, material de inteligencia a Inglaterra, armas a Francia, armas y asesoría a Israel, y depende irremediablemente de los Estados Unidos para su mejor armamento e inteligencia. Si uno calcula, por lo bajo y en números redondos, lo que nos hace gastar Uribe para atacar a las FARC cada guerrillero le cuesta al bolsillo de los colombianos cerca de un millón de dólares mientras que a las FARC un general, sargento o soldado, indiferentemente, le sale mas o menos por unos 250 pesos. Definitivamente, los negocios no son el fuerte del presidente Uribe.

      Ya para el año que comienza, por primera vez en toda la historia, el presupuesto de guerra es el más grande sobre los demás presupuestos del gobierno colombiano y por encima de presupuestos prioritarios de desarrollo como es el de la educación. Colombia dedicará menos del 0.4% del PIB en educación superior, mientras algunos países latinoamericanos usarán más del promedio regional del 1.2%. De 2.600 millones de dólares en gastos de defensa en el 2.001 Colombia pasó a 9.800 millones de dólares en el 2.008. Se calcula que los gastos de defensa se cuadruplicaron a final de esta década. A pesar de que las cifras públicas en general, y las de defensa en particular, no son muy precisas ni confiables y hasta se desconoce el número de bajas y heridos que el ejército sufre anualmente en la guerra.

     Los crecientes gastos militares han incidido en el aumento paulatino del déficit fiscal colombiano ahora proyectado en un 3.7% para el 2010 de un 2.7% en el 2009. La educación y la salud han sido las grandes víctimas quitándoles US$ 3.000 millones; son incontables los esfuerzos por entregar la salud a la usura de monopolios privados con la pretensión de mantener el déficit en el menor porcentaje posible. El gobierno de Uribe ha llegado a un déficit gubernamental del 4.5% del PIB y tiene que pedir un préstamo de US$ 2.250 millones para funcionar este año, poniendo la deuda colombiana total al 38.1% de su PIB. En números redondos sería como decir que Uribe despachó al rojo poco menos de la mitad de nuestro PIB, un rojo que no es liberal ni comunista.

      Lo peor que nos podría suceder a los colombianos es que el gobierno se una a la guerra global cuyos intereses poco tienen que ver con los nuestros. Colombia, con su larga historia de violencia, puede ser la carne de cañón de una confrontación de Israel y Estados Unidos contra Irán Y Venezuela.

     Israel tiene poder económico tanto en Colombia como en el resto de Latinoamérica. Si trae a nuestro territorio una guerra contra Irán o contra cualquier otro país que se oponga a sus intereses estaría utilizando a los soldados colombianos y arriesgando a la población colombiana. Estados Unidos, que apoya a Israel, podrá implementar cómodamente esa estrategia gracias a su acceso a las bases militares colombianas.

     Pero, Estados Unidos procurará mantener su participación al mínimo con poco más de un millar de soldados para evitar bajas que políticamente no le convienen. A los soldados colombianos se les dará todo el apoyo de dotación e inteligencia para que sean ellos los que combatan.

    El patrioterismo colombiano, irónicamente, resultaría ser un excelente encubridor de intereses que nada tienen que ver con los de Colombia.
El colombiano del común cree, ilusionado, que la presencia militar de Estados Unidos en Colombia garantiza la terminación de las FARC y del narcotráfico, pero contrariamente a lo que promete esa idea ilusoria de una guerra que se acaba, la logística creada por el presidente Uribe y su gobierno convierten a Colombia en un imán para el terrorismo internacional: Hezbollah verá en las FARC un importante aliado, y en sus células una necesidad de importar el Jihad a Colombia para defenderlas y desarrollarlas.

    El narcotráfico, sostenido por la corrupción colombiana y con un amplio mercado de adictos no se podrá acabar, así como no ha sido posible terminar con la producción de narcóticos en Afganistán con 68mil soldados estadounidenses en acción y los miles de la OTAN, combatiendo con todo lo que han podido y sin descanso.

     La estrategia del presidente Uribe es acabar con cualquier apoyo a las FARC, pensando que con eso acaba a las FARC. En Antioquia y desde la formación de las Convivir, el papel de los paramilitares fue descuartizar, masacrar y desaparecer a todos aquellos que apoyaran a las FARC. Hoy el presidente Uribe ha llevado la misma política provinciana al plano internacional tratando de acabar con Chávez y Correa, pensando que si acaba con los que apoyan a las FARC, acaba con las FARC, pero las cosas no son así ni así de fácil.

     Las muertes de Marulanda, Reyes y Jojoy son secundarias para las FARC. Las FARC se fortalecen en el combate y crecen en la adversidad. Marquetalia es un ejemplo claro. Mientras las FARC descubren la importancia estratégica mundial de la Amazonia, la importancia de los intereses de Israel, Estados Unidos, Europa y Asia por esta región y su papel político y militar, sus frentes siguen operando fuera de ese escenario en el Valle, Cauca, Huila, Chocó, la costa Caribe, Cundinamarca y en otras regiones de Colombia. En otras palabras, seguimos en las mismas pero con dos frentes internacionales más que sumamos a la lista: Venezuela y Ecuador.

     El escenario puede ser peor aún. Si en Venezuela y Ecuador existieran gobiernos anti-FARC, las FARC operarían contra los gobiernos de Venezuela y Ecuador justificando sus acciones en el hecho de que éstos serían colaboradores del gobierno colombiano, lo que daría a las FARC una posición político-militar internacional en la región. Si el gobierno colombiano no ha sido capaz de acabar a las FARC con casi medio siglo de experiencia, con uno de los ejércitos más grandes, dotados de la más sofisticada inteligencia, armamento estadounidense y de otros países, y con el presidente que más ha explotado políticamente su odio a las FARC, es fácil imaginar, lo poco que podrían hacer Venezuela y Ecuador sin todas esas condiciones. Sin ninguna duda, la internacionalización del conflicto colombiano sería un triunfo rotundo de las FARC.

     ¿Por qué los sucesivos gobiernos del presidente Uribe y su Seguridad Democrática fueron incapaces de asegurar las fronteras colombianas para impedir la salida de las FARC y su reentrada? ¿Cómo fue que las FARC ganaron poder internacional en las narices de Uribe? El actual crecimiento político internacional de las FARC es producto de la política uribista de “sólo bala” que a ellos, las FARC, les cae como anillo al dedo. Desafortunadamente, lo que el presidente Uribe está logrando es preparar a Colombia para ser el epicentro de una región de conflicto crónico a imagen y semejanza del Medio Oriente. Al final, se le creció el enano y le salieron más vidas al gato.

     El futuro de las FARC no parece muy malo; si consideramos que han resistido a Uribe por tantos años podemos pensar que resistirán cualquier cosa. La posición geopolítica de las FARC es similar a la de los Vietcong y eso no es un buen presagio para Estados Unidos. El bombardeo de la Amazonia no será bienvenido por nadie en ningún país del mundo con excepción de Uribe porque está en consonancia con su filosofía guerrerista según la cual se justifica llegar al extremo del suicidio colectivo nacional si con eso acabamos con las FARC.

     Le importa más a Estados Unidos sacarse de encima a Chávez que tener éxitos parciales en una guerra contra las FARC y el terrorismo que se le puede salir de las manos. Y el objetivo de Israel es neutralizar las células anti-israelíes y no el de hundirse en una guerra crónica contra las FARC y el narcotráfico colombiano.

     Por todas estas razones es evidente que no podemos convertirnos en el receptáculo de intereses en el que nosotros terminaríamos con los muertos. Sería bueno poder frenar esa política si queremos salvar la vida y la soberanía antes de que sea demasiado tarde.

José María Rodríguez González